¿Cuál
es la imagen de la revolución? Esta es una pregunta que, a lo largo del tiempo,
he tenido en mi mente desde niño. Desde la casa de mi infancia, en la que escuchaba
este término, hasta la actualidad, pasando por los momentos de lucha en
partidos revolucionarios clandestinos donde se usaba este término a todas horas.
En todos esos momentos había una respuesta, una imagen, siempre la misma, nunca
cambió. La imagen de la revolución se podría resumir en: mucha gente... La
revolución es mucha gente.
Y,
efectivamente, así fue. Puedes leer y discutir sobre términos que nunca
tocaste, que tu imaginación transporta para transformarlos en algo físico,
hasta que llega el momento en que te los encuentras de frente, allí están,
presentes y reales, en una explosión impresionante de sorpresa, convirtiéndose
en una realidad, y entonces ya puedes decir que viste la imagen y tocaste un término.
Esto
es lo que me ocurrió en la primera plaza, en Tahrir, en casa, en El Cairo,
viviendo durante los meses de enero y febrero de 2011 este término imaginario
de “mucha gente” y descubriendo que la revolución es efectivamente así.
El
inicio de la revolución egipcia fue mucha gente junta en el mismo espacio, con
un objetivo común, firmes y moviéndose por todas partes para conseguir este
objetivo. Por primera vez sientes esa pertenencia absoluta a una masa, a un
colectivo numeroso, a “mucha gente”. Y te sientes seguro mientras estás entre
ellos, aunque te disparen o lancen cualquier tipo de arma contra ti.
El
sentimiento de dolor más fuerte que he tenido respecto a la muerte fue cuando
murió mi padre, y desde entonces no he sentido la muerte con la misma fuerza.
Fue como perder la inocencia y la virginidad ante la muerte. Algo parecido me
ocurrió con la revolución. O eso fue lo que me ocurrió entre la ocupación de
las dos plazas, Tahrir y Sol. Es sentir algo parecido a “perder la virginidad”
frente a un suceso enorme que habías estado imaginando durante 37 años. Y
cuando esto ocurre lo tratas con normalidad, sin convertirlo en un acto sagrado.
Ves y vives cómo lo imaginario se convierte en una chispa que se enciende y no
para. Y no puedes creerte que tengas la suerte de vivir una revolución. Por
eso, los amigos madrileños tienen que perdonarme cuando digo que lo de Sol,
para mí, no es comparable con lo de Tahrir, aunque sea solamente a nivel de sentimientos.
Semanas
después de lo ocurrido en enero de 2011, recibes la mitad de un regalo, en
Madrid, en tu segunda casa. Esta vez sí lo imaginaste, o lo esperaste, al
contrario que en el caso egipcio. No ha sido una sorpresa, sabías la diferencia
entre las dos plazas y entre los dos regímenes, y los objetivos de esta “mucha
gente” en los dos lugares. Pero el efecto sorpresa del inicio siempre está ahí como
un regalo. Y se puede perder la virginidad en Sol, otra vez, aunque sea de una
manera distinta que con la revolución egipcia, con todas sus sorpresas,
fuerzas, peligros y grandes objetivos.
El
15 de mayo de 2011 volvía de Barcelona a Madrid en tren y fantaseaba con que el
viaje se pudiera interrumpir si empezaba algo grande ese día. Pero el tren llegó
puntual a su destino y la fantasía no se cumplió. Pero Madrid te regala el inicio
de un movimiento nuevo de protesta, fresco y lleno de energía joven. Esa energía
que se percibe en los ojos de los abuelos de 80 años que deciden tomar partido
y decir “no”, y participar en las plazas y en las asambleas.
¡No!..
Esta palabra me recuerda a otra. Me recuerda al “sí”, al “¡Yes we can!”... el
famoso “sí podemos” usado como una ola universal, solo porque en un lugar del
mundo, los que tienen derecho a votar han podido llevar a un negro a ser presidente
de Estados Unidos. Y no puedes contener esa sonrisa irónica, no inocente, al
saber que “ellos pueden” porque este “negro” es muy blanco en el fondo.
Pero
es muy probable que nosotros “sí podamos”, podamos perder la virginidad una y
mil veces. Podamos enfrentarnos a la tarea de formar nuestro futuro como queramos.
Es probable que fracasemos, es probable que no lo consigamos, pero al menos podemos
vivir este momento mágico de dejar de ser vírgenes frente a cualquier tipo de
poder. Perder la virginidad y sentir por primera vez en la vida que se tiene el
poder absoluto, el poder de “mucha gente”. Yo lo viví dos veces.
Basel
Ramsis
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