lunes, 19 de marzo de 2012

Perder la virginidad entre dos plazas


¿Cuál es la imagen de la revolución? Esta es una pregunta que, a lo largo del tiempo, he tenido en mi mente desde niño. Desde la casa de mi infancia, en la que escuchaba este término, hasta la actualidad, pasando por los momentos de lucha en partidos revolucionarios clandestinos donde se usaba este término a todas horas. En todos esos momentos había una respuesta, una imagen, siempre la misma, nunca cambió. La imagen de la revolución se podría resumir en: mucha gente... La revolución es mucha gente.
Y, efectivamente, así fue. Puedes leer y discutir sobre términos que nunca tocaste, que tu imaginación transporta para transformarlos en algo físico, hasta que llega el momento en que te los encuentras de frente, allí están, presentes y reales, en una explosión impresionante de sorpresa, convirtiéndose en una realidad, y entonces ya puedes decir que viste la imagen y tocaste un término.
Esto es lo que me ocurrió en la primera plaza, en Tahrir, en casa, en El Cairo, viviendo durante los meses de enero y febrero de 2011 este término imaginario de “mucha gente” y descubriendo que la revolución es efectivamente así.
El inicio de la revolución egipcia fue mucha gente junta en el mismo espacio, con un objetivo común, firmes y moviéndose por todas partes para conseguir este objetivo. Por primera vez sientes esa pertenencia absoluta a una masa, a un colectivo numeroso, a “mucha gente”. Y te sientes seguro mientras estás entre ellos, aunque te disparen o lancen cualquier tipo de arma contra ti.
El sentimiento de dolor más fuerte que he tenido respecto a la muerte fue cuando murió mi padre, y desde entonces no he sentido la muerte con la misma fuerza. Fue como perder la inocencia y la virginidad ante la muerte. Algo parecido me ocurrió con la revolución. O eso fue lo que me ocurrió entre la ocupación de las dos plazas, Tahrir y Sol. Es sentir algo parecido a “perder la virginidad” frente a un suceso enorme que habías estado imaginando durante 37 años. Y cuando esto ocurre lo tratas con normalidad, sin convertirlo en un acto sagrado. Ves y vives cómo lo imaginario se convierte en una chispa que se enciende y no para. Y no puedes creerte que tengas la suerte de vivir una revolución. Por eso, los amigos madrileños tienen que perdonarme cuando digo que lo de Sol, para mí, no es comparable con lo de Tahrir, aunque sea solamente a nivel de sentimientos.
Semanas después de lo ocurrido en enero de 2011, recibes la mitad de un regalo, en Madrid, en tu segunda casa. Esta vez sí lo imaginaste, o lo esperaste, al contrario que en el caso egipcio. No ha sido una sorpresa, sabías la diferencia entre las dos plazas y entre los dos regímenes, y los objetivos de esta “mucha gente” en los dos lugares. Pero el efecto sorpresa del inicio siempre está ahí como un regalo. Y se puede perder la virginidad en Sol, otra vez, aunque sea de una manera distinta que con la revolución egipcia, con todas sus sorpresas, fuerzas, peligros y grandes objetivos.
El 15 de mayo de 2011 volvía de Barcelona a Madrid en tren y fantaseaba con que el viaje se pudiera interrumpir si empezaba algo grande ese día. Pero el tren llegó puntual a su destino y la fantasía no se cumplió. Pero Madrid te regala el inicio de un movimiento nuevo de protesta, fresco y lleno de energía joven. Esa energía que se percibe en los ojos de los abuelos de 80 años que deciden tomar partido y decir “no”, y participar en las plazas y en las asambleas.
¡No!.. Esta palabra me recuerda a otra. Me recuerda al “sí”, al “¡Yes we can!”... el famoso “sí podemos” usado como una ola universal, solo porque en un lugar del mundo, los que tienen derecho a votar han podido llevar a un negro a ser presidente de Estados Unidos. Y no puedes contener esa sonrisa irónica, no inocente, al saber que “ellos pueden” porque este “negro” es muy blanco en el fondo.
Pero es muy probable que nosotros “sí podamos”, podamos perder la virginidad una y mil veces. Podamos enfrentarnos a la tarea de formar nuestro futuro como queramos. Es probable que fracasemos, es probable que no lo consigamos, pero al menos podemos vivir este momento mágico de dejar de ser vírgenes frente a cualquier tipo de poder. Perder la virginidad y sentir por primera vez en la vida que se tiene el poder absoluto, el poder de “mucha gente”. Yo lo viví dos veces.

Basel Ramsis

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